La vida va tan rápido y todo está en tan constante cambio que a veces nos cuesta asimilarlo, y aún hay cosas que todavía no entiendo. Llevo unos días pensando acerca de la incesante búsqueda que tenemos como sociedad líquida1 de intentar elevar lo ordinario y equipararlo a la categoría de arte. Creo que os habréis dado cuenta de que esta situación ha alcanzado niveles que rozan lo patético, manifestándose en una suerte de tragicomedia cultural donde hasta el más insignificante objeto de consumo aspira a la trascendencia artística.
¿Y si nos hemos obsesionado con elevar lo mundano a la categoría de obra maestra?
Las empresas y las marcas lo hacen constantemente, en un ejercicio de contorsionismo tanto intelectual como conceptual, digno del Cirque Du Soleil; y la verdad que esto siempre me ha provocado tantas carcajadas como perplejidad absoluta. Marcas comerciales se auto-proclaman los nuevos Médici del siglo XXI, y resulta que ahora todo es arte. O lo quiere ser. (esto se acerca peligrosamente al Kitsch)
Pero si profundizamos un poco nos daremos cuenta de que esto no es (del todo) culpa nuestra. El mercado nos ha obligado a verlo así y que hagamos lo mismo inconscientemente con nuestras cosas. El lujo como condición, de lo banal a lo extraordinario...y a ver si al final la culpa de esto la tiene (como siempre) Duchamp.
Es evidente que tanto los artistas emergentes como los consolidados buscan que su obra sea reconocida como arte, aunque a veces encajen mejor bajo el término de "expresión artística". Estos creadores, producen piezas que, aunque no siempre alcanzan el nivel de una obra maestra, reflejan su propia creatividad. Y eso está bien.
Sin embargo, pretender equiparar estas obras con el arte en su máxima expresión, comparable a las grandes obras de la historia, crea la propia paradoja de la hablaba: se intenta elevar lo mundano a lo sublime. En realidad, estas expresiones artísticas son valiosas por sí mismas, sin necesidad de forzarlas dentro de cánones que no siempre les corresponden. Esta tendencia, es promovida en gran medida por el mercado y la búsqueda de validación cultural, puede distorsionar el verdadero significado y alcance del arte, obligándonos a reconsiderar sus límites y definiciones.
Ahora el signficado de obra maestra se ha descontextualizado por completo, entre muchas otras cosas, por la publicidad. Esa hija bastarda del capitalismo y la creatividad, juega un papel importante. Equiparar las firmas que anuncian esas agencias con los salones de arte contemporáneo como si los productos que anuncian fueran comparables con obras legítimas de arte. Y por supuesto también las redes sociales, que en su infinita sabiduría, han conseguido que literalmente cualquier producto o lifestyle de marca se iguale a la gravedad y presencia de un Rothko o un Caravaggio...y lo peor es que en la mayoría de casos funciona. Pensamos que nos llevamos a casa una obra maestra cuando realmente no es más que lo que eso es en sí mismo...suena estúpido pero lo más sencillo suele ser lo correcto.
Al final de todo esta determinación por elevar lo mundano a la categoría de arte solamente nos hace ver que en realidad estamos revelando una profunda inseguridad cultural: la necesidad desesperada de darle un significado trascendental a lo que, en esencia, no es más que el producto de una sociedad de consumo que perpetua esa búsqueda de validación externa. Pero por suerte, el arte, en su suprema indiferencia, contempla estos intentos de usurpación con la misma condescendencia con la que un león mira a un chihuahua que pretende ladrarle.
Tú decides quién eres.
1.- Bauman, Z. (2003). _La modernidad líquida_. Fondo de Cultura Económica.
Comentarios
Publicar un comentario