Es alucinante cómo hoy en día nos pasamos la vida obsesionados con las mismas obras de arte de siempre. Y la verdad, me tiene tan intrigado como preocupado. No es más que el primer paso para no ser nadie en el futuro. Deberíamos estar como locos y fanatizados por las ideas nuevas y rom pedoras en el arte, pero lejos de eso, parece que estamos atrapados en lo mismo de siempre, ignorando lo que reclama nuestra generación. Es curioso cómo hemos convertido algunas obras en, literalmente, productos de consumo masivo. Medimos el valor del arte por su reconocimiento o historia más que por su capacidad de conmover o revoluciona r . Y es que en esto siempre hay algo más. La mayor ía se conforma con una mirada superficial a las obras consagradas, mientras pasa completamente de la riqueza y profundidad del arte actual, una actitud injusta y frívola. Piensa que todo el mundo hace fotos a las obras, pero pocos se paran a intentar entend erlas de verdad. Lo peor es que esta obsesión...
Las instituciones artísticas se encuentran ahora mismo en el jardín del vecino más cascarrabias del vecindario, y por si fuera poco tienen que enfrentarse de cara a un dilema ético que cuestiona los pilares de la poca libertad creativa que nos queda: la cu ltura de la cancelación. Un fenómeno que nos impusieron por la espalda, desarrollamos y que hizo que todos acabáramos con la piel más fina que el cloisonné , cuya mezcla de justicia social con un tribunal digital ha convertido los espacios culturales en trincheras ideológicas donde cada obra se somete a un escrutinio más intenso que la penúltima pregunta del “Juego de tu Vida”. Hannah Arendt nos alerta sobre cómo el juicio moral y social, cuando no se confronta con la reflexión crítica, puede convertirse en un instrumento de exclusión: "La violencia se vuelve más peligrosa cuando es institucionalizada y no es confrontada con la r eflexión crítica." Este pensamiento resulta esencial en el contexto actual, donde la cancelació...