La vida va tan rápido y todo está en tan constante cambio que a veces nos cuesta asimilarlo, y aún hay cosas que todavía no entiendo. Llevo unos días pensando acerca de la incesante búsqueda que tenemos como sociedad líquida 1 de intentar elevar lo ordinario y equipararlo a la categoría de arte. Creo que os habréis dado cuenta de que esta situación ha alcanzado niveles que rozan lo patético, manifestándose en una suerte de tragicomedia cultural donde hasta el más insignificant e objeto de consumo aspira a la trascendencia artística. ¿Y si nos hemos obsesionado con elevar lo mundano a la categoría de obra maestra? Las empresas y las marcas lo hacen constantemente, en un ejercicio de contorsionismo tanto intelectual como conceptual, digno del Cirque Du Soleil ; y la verdad que esto siempre me ha provocado tantas carcajadas como perplejidad absoluta. Marcas comerciales se auto -proclaman los nuevos Médici del siglo XXI, y resulta que ahora todo es arte. O lo quiere ser. (esto s
Aunque no quiero generalizar, porque hay muchos y muy buenos profesionales en este país, tenemos que admitir que existe una pequeña pero peculiar casta de individuos que, desde sus incómodos sillones Eames, deciden quién será el próximo Maurice d e Vlaminck que va a revolucionar el panorama artístico. La dinámica de este minúsculo pero influyente grupo decide básicamente la dirección que toma el arte contemporáneo…esos Midas de nuestros tiempos, a los que les dimos la “responsabilidad” de transformar simples mortales en estrellas del panorama artístico simplemente con su aprobación . (Desgraciadamente) Lo verdaderamente irónico de esta situación es que estos insiders del arte están perpetuamente obsesionados con descubrir al próximo gran outsider . Como si se tratara de cazar mariposas en el Animal Crossing , contactan con artistas y recorren los estud ios más recónditos del mundo del arte en busca de aquello que, por definición, debería estar fuera de su radar. Una paradoja al más